Europa y los refugiados

La pasada semana publiqué en el diario El Correo este articulo sobre la posicion europea ante la crisis de los refugiados sirios.

Tarde o temprano tenía que ocurrir. La crisis siria ha terminado por salpicar a Europa de la forma más inesperada. No con un nuevo atentado reivindicado por algún lobo solitario vinculado al autodenominado Estado Islámico, sino con la llegada de decenas de miles de refugiados que huyen de una cruenta guerra que parece no tener fin y que buscan un lugar seguro en el que rehacer sus vidas lejos de la violencia sectaria desatada por los grupos yihadistas, pero también de los barriles de dinamita con los que el régimen castiga las zonas rebeldes.

 
La primera pregunta que todos nos hacemos es por qué ahora y no antes. Es cierto que la guerra se inició hace ya cuatro años y medio y que, hasta el momento, el flujo de refugiados había sido relativamente reducido. No obstante, el recrudecimiento de la violencia, el avance yihadista, la desesperación del régimen y la partición de facto del país entre decenas de milicias armadas no ofrecen una perspectiva demasiado alagüeña para los cuatro millones de refugiados que se hacinan en los campamentos de refugiados de los países vecinos. A ello debe sumarse que Turquía, Líbano y Jordania, que han acogido a la mayor parte de ellos, se encuentran completamente desbordados y son incapaces de brindarles los medios necesarios para rehacer sus vidas. Por otra parte, el ACNUR está teniendo dificultades para prestarles los servicios básicos (alimentación, educación y vivienda) debido a que muchas de las donaciones prometidas por la comunidad internacional no están materializándose, lo que ha obligado a reducir drásticamente sus programas.

Sin un horizonte político para resolver la devastadora guerra que está asolando Siria, los refugiados han perdiendo la esperanza. Debe tenerse en cuenta que la situación sobre el terreno no sólo no ha mejorado, sino que se ha deteriorado de manera notable como resultado de la división del país entre el régimen y las milicias yihadistas, salafistas, islamistas, seculares y kurdas. La intervención de las potencias regionales, en particular Irán, Arabia Saudí, Qatar y Turquía ha tenido un efecto devastador, ya que todas ellas han financiado generosamente, con armas y fondos, a los contendientes provocando un rebrote del sectarismo.

Este escenario de guerra total en el que todos combaten contra todos no tiene ningún vencedor, pero si una víctima clara: la población civil. Cuatro millones de refugiados y otros ocho millones de desplazados internos. Los últimos datos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos indican que de las 310.000 víctimas del conflicto, 105.000 eran civiles. Toda una generación perdida. ¿Puede extrañarle a alguien que, ante esta desesperada situación, la población huya masivamente de un país que se ha convertido en un laboratorio de ensayos en el que las potencias regionales están librando una irresponsable guerra a través de actores interpuestos?
El enconamiento de los combates, la implicación de las potencias regionales y la desidia de los países occidentales han creado una tormenta perfecta y ha dado pie al mayor éxodo vivido en la región desde la Segunda Guerra Mundial. El silencio de los países occidentales durante estos cuatro años y medio de masacres y brutalidades es sumamente elocuente. Ni la persecución sistemática de las minorías por parte de los grupos yihadistas ni tampoco el empleo de armas químicas contra la población por el régimen han sacado de su mutismo a la Unión Europea. Han sido la fotografía de un niño ahogado en el Mediterráneo y la indignación de la sociedad civil europea la que han obligado a Merkel a mover ficha y obligar a sus renuentes socios europeos a aceptar un cupo de refugiados que probablemente crecerá en los próximos meses.

La acogida de los refugiados sirios que huyen de la guerra es un deber moral, pero las ramas no nos debieran impedir ver el bosque ya que es igualmente urgente combatir el problema desde la raíz. Siria ha sido abandonada a su suerte durante demasiado tiempo y ha llegado el momento de involucrarnos en la resolución del conflicto. Aunque la salida del laberinto sirio no es ni mucho menos sencilla, no podemos permanecer de brazos cruzados esperando que los problemas se resuelvan por sí solos. Es cierto que no existen soluciones mágicas, pero el coste de la inacción es elevadísimo, tal y como nos demuestra la tragedia de los refugiados.

Un primer paso sería el establecimiento de zonas de exclusión aérea para evitar que el régimen aproveche su supremacía aérea para golpear las posiciones rebeldes y castigar a la población civil. Un segundo paso sería establecer altos el fuego parciales que permitan la apertura de corredores humanitarios para que la población atrapada entre dos fuegos pueda ponerse a salvo. Un tercer paso sería detener por completo toda ayuda proveniente del exterior a las partes en conflicto: un embargo total de armas tanto para el régimen como para los grupos opositores. Un cuarto paso sería convocar una conferencia de paz internacional con la participación de todos las partes en liza, incluidos todos los países que financian a los grupos armados, que establezca una hoja de ruta para poner fin a la guerra y reconstruir el país. El quinto paso sería constituir una gran alianza nacional que expulse de sus bastiones al Estado Islámico, un grupo parasitario que no es de origen sirio. Obviamente, ni el presidente Al Asad ni tampoco los grupos yihadistas, ambos responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad, pueden tener ninguna responsabilidad en la nueva Siria que está por construir.

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