La metástasis siria

Empiezo el 2014 reproduciendo este artículo, titulado "La metástasis siria", que  publiqué el pasado sábado en el diario vasco El Correo. Durante este año, el blog experimentará cambios, ya que no le podré dedicar demasiado tiempo. Lo más seguro es que tan sólo incluya un par de entradas por semana vinculadas a temas de actualidad.

Si nadie lo impide, la guerra civil siria va camino de convertirse en un conflicto de larga duración. El balance de estos últimos treinta meses no puede ser más desalentador. Una tercera parte de la población siria se ha visto obligada, como resultado directo de los enfrentamientos, a abandonar sus hogares buscando refugio en los países limítrofes o en zonas más seguras. En total se contabilizan 125.000 muertos, 2,3 millones de refugiados y 6,5 millones de desplazados internos.
 
Ni Estados Unidos ni la Unión Europea parecen excesivamente interesados en involucrarse de una manera más activa en la crisis siria, sobre todo después de que se alcanzase un acuerdo en torno a la destrucción de las armas químicas, compromiso que ha sido interpretado por el régimen como un cheque en blanco para proseguir sus campañas militares. Eso sí, empleando en exclusiva medios de guerra tradicionales. Peor aún: el avance de grupos yihadistas situados en la órbita de Al Qaeda ha disparado todas las alarmas y no son pocos quienes apuestan ahora por el mantenimiento de Bachar El Asad como un mal menor.
 
Mientras tanto, la guerra ha entrado en un punto muerto en el que ninguno de los contendientes parece capaz de imponerse a su rival. Lo que empezó siendo una intifada popular contra un régimen autoritario y despótico que monopolizaba el poder desde hacía cuatro décadas, se ha transformado en una guerra de todos contra todos: un cáncer que se ha extendido por todo el territorio sirio provocando una metástasis. En este proceso han intervenido tanto elementos endógenos como exógenos, puesto que el régimen y oposición han requerido la ayuda de terceros para blindarse, lo que ha contaminado aún más la crisis siria.
El régimen, principal responsable del descenso del país a los infiernos, ha empleado todos los medios a su disposición para aplastar los feudos rebeldes sin importarle provocar miles de muertes entre la población civil a la que ha diezmado con sus bombardeos aéreos indiscriminados. Para ello ha contado con la inestimable ayuda de Hezbolá, que se ha puesto al servicio del régimen sirio aún a riesgo de desestabilizar el Líbano, que se ha adentrado en una peligrosa dinámica de atentados entre los partidarios y contrarios a Bachar El Asad. El apoyo de Irán y Rusia ha sido vital para mantener a flote al régimen en los momentos de zozobra, ya que le han aportado armamento y, más importante, cobertura internacional. Gracias a los vetos rusos, el Consejo de Seguridad ha quedado maniatado siendo incapaz de aprobar una resolución que autorice el empleo de la fuerza para proteger a la población civil, principal víctima de la guerra civil.
 
La oposición, por su parte, se encuentra profundamente dividida. La Coalición Nacional Siria dispone de escasa credibilidad en el interior del país, donde campean a sus anchas los grupos armados. El Ejército Sirio Libre, que nació con el propósito de coordinar a los rebeldes, atraviesa sus horas más bajas debido, entre otras razones, a la falta de ayuda externa. Una parte significativa de sus efectivos se han pasado al Frente Islámico, que presume de disponer de 100.000 hombres armados, y que se ha convertido en el principal foco de resistencia al régimen. Quizás lo más peligroso sea el avance registrado en los últimos meses por las franquicias locales de Al Qaeda (el Frente al Nusra y el Estado Islámico de Irak y Siria), aunque su poderío haya sido sobredimensionado para justificar la inmovilidad occidental. Todos estos grupos son financiados por las potencias regionales, en particular de Arabia Saudí, Turquía, Catar y las fortunas del golfo Pérsico. Este cuadro quedaría incompleto sin aludir a las Unidades de Protección Kurdas, que defienden la autonomía kurda implantada en el Hasake y que resisten los continuos embates de las fuerzas yihadistas.
 
Es en este convulso escenario en el que se celebrará el próximo 22 de enero la Conferencia de Ginebra II que pretende alcanzar un acuerdo en torno a la transición, tarea compleja si tenemos en cuenta que el régimen se ha fortalecido tras los últimos avances registrados sobre el terreno y que la oposición no habla con una sola voz. La Coalición Nacional Siria ha puesto como condiciones para asistir a la cumbre la apertura de corredores humanitarios, la liberación de todos los presos políticos y que ni Asad ni su camarilla tengan un papel en la transición. Por su parte, la mayor parte de los grupos armados, incluido el Frente Islámico, han anunciado que no respetarán las decisiones que allí se adopten.
 
La ausencia de las potencias regionales tampoco augura nada bueno. Parece difícil que se ponga fin a la guerra siria sin un compromiso previo por parte de Irán y Arabia Saudí, que libran su particular guerra de desgaste por la hegemonía regional a través de actores interpuestos. El reciente entendimiento entre Washington y Teherán en torno al futuro de su programa nuclear nos indica que nada es imposible, pero debe tenerse en cuenta que Arabia Saudí se opondrá a todo acuerdo que suponga un mantenimiento del status quo o un reforzamiento de Irán. Todo intento de poner fin a la guerra siria deberá tener en cuenta todos estos factores, ya que en caso contrario estará condenado al fracaso.

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