¿Quién secuestró la revolución egipcia?

Mañana aparecerá en el periódico Madrid 15M mi reflexión sobre el golpe militar egipcio y sobre las circunstancias que han posibilitado el retorno de los militares nuevamente al poder: "¿Quién secuestró la revolución egipcia?". El viernes, veinte aniversario de la firma del Acuerdo de Oslo, repasaré en el blog lo que ha dado de sí el proceso de paz palestino-israelí en las últimas dos décadas.

El 11 de febrero de 2011, Hosni Mubarak fue desalojado de la presidencia tras dieciocho días de protestas en los que la población tomó la calle demandando ‘pan, libertad y justicia social’. Si bien es cierto que muchos consideraron que la transición del autoritarismo a la democracia no iba a ser sencilla, pocos podían esperar que, apenas dos años y medio más tarde, los militares recuperarían el poder tras desalojar al presidente legítimamente elegido en las urnas: el islamista Mohamed Morsi.
 
El golpe militar, que contó con un amplio respaldo social y político, ha dado paso a una auténtica cacería contra los Hermanos Musulmanes, que se impusieron tanto en las elecciones parlamentarias de 2011 como en las presidenciales de 2012 concentrando en sus manos el poder legistivo y ejecutivo. En las últimas semanas, la mayor parte de los líderes islamistas han sido detenidos y la Hermandad se enfrenta a su más que previsible ilegalización.
 
Durante su periodo de gobierno, los islamistas trataron de extender su influencia al conjunto de instituciones estatales, lo que generó un fuerte rechazo entre buena parte de la sociedad egipcia. El controvertido decreto presidencial, emitido el 22 de noviembre de 2012, marcó un punto de inflexión y rompió todos los puentes de comunicación entre los sectores islamista y secular. Mediante dicho decreto, Morsi se arrogaba de poderes absolutos con el objeto de “proteger al país y los objetivos de la revolución”, entre ellos prolongar las detenciones durante un periodo de seis meses y encarcelar a quienes organizaran protestas o convocaran huelgas.
 
El abismo se ahondó con la promulgación de una nueva Constitución que fracasaba a la hora de defender los derechos humanos y las libertades públicas más elementales. El texto no prohibía ni la tortura ni los juicios militares, ni tampoco  garantizaba el cumplimiento de los convenios internacionales previamente firmados por Egipto. Todo ello llevó al Cairo Institute for Human Rights Studies a dibujar, en su infome de 2013, un escenario sombrío al afirmar: “Egipto está en la transición de un régimen autoritario a otro, aunque con diferentes características en la superficie”.
  Egypt's president Mohammed Morsi (right) speaks with his defence minister, General Abdel Fattah El Sisi, during a visit to the 6th Armoured Division near Ismailia on October 10.
Si a este explosivo escenario socio-político le añadimos la caótica situación económica entonces tendremos una tormenta perfecta. En estos últimos dos años y medio, la crisis económica se agudizó de manera notable. El lento crecimiento registrado (en 2012 fue de tan sólo un 1.8% frente al 5.1% de media de los cinco años anteriores) redujo la cantidad de ingresos en las arcas públicas. Entre 2009 y 2012, el déficit fiscal se duplicó pasando del 5.6% al 10.9% y la deuda pública supera ya el 85% del PIB. El año pasado la inflación se acercó al 11%, lo que provocó que buena parte de la población se viese obligada a destinar más de la mitad de sus ingresos a la alimentación.
 
Ante la creciente polarización de la sociedad y la agónica situación de la economía, los militares decidieron irrumpir en la escena y poner fin al experimento islamista. El 3 de julio Abdel Fattah al-Sisi, ministro de Defensa, ordenó la detención del presidente Morsi y la derogación de la controvertida Constitución. Los militares no estuvieron solos, ya que el golpe fue recibido de manera entusiasta por buena parte de la oposición secular, los movimientos juveniles, los sindicatos independientes y la minoría copta, que describieron lo ocurrido como una “revolución popular”.
 
Una buena muestra de este posicionamiento la ofreció el comunicado del Congreso Democrático Egipcio del Trabajo que manifestó que “la democracia no es solamente una urna: el 30 de junio hubo una revolución popular contra un sistema de gobierno autoritario”. También el Movimiento de Jóvenes 6 de Abril recibió positivamente el golpe al señalar: “Hoy nuestra gloriosa revolución ha vencido en una nueva batalla que abre el nuevo camino de esperanza para Egipto puesto que la declaración de hoy de las Fuerzas Armadas coincide con las demandas populares”.
 
Si bien es cierto que los Hermanos Musulmanes cometieron numerosos errores en el gobierno, también lo es que la oposición no está exenta de culpas. Al respaldar el derrocamiento de un gobierno legítimo, la oposición ha hipotecado su futuro convirtiéndose en un cooperador necesario de los militares. La prioridad de Sisi, recientemente designado vicepresidente, es preservar los incontables privilegios del Ejército y no impulsar una verdadera democratización del país.

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