Siria-Líbano-Hezbollah

Rosa Meneses, redactora de la sección Internacional del diario El Mundo, escribe en el recién publicado Anuario CEIPAZ 2013-4 editado por el Centro de Educación e Investigación para la Paz. Su artículo se titula: "La guerra civil siria en clave regional: el impacto en los países vecinos".  Recupero la parte dedicada a la relación entre Siria y Líbano, viciada por la involucración de Hezbollah en defensa del régimen sirio.

"A finales de enero, Israel bombardeó a las afueras de Damasco un convoy que transportaba armamento antiaéreo perteneciente a Hizbulá, la milicia chií libanesa. Era la última indicación de que la organización libanesa está directamente envuelta en la guerra siria. Pero también quedaba patente que el Partido de Dios estaba utilizando el caos en la vecina Siria para incrementar su arsenal en casa. Siria ha sido históricamente uno de los principales apoyos financieros y logísticos de Hizbulá. El otro vértice del triángulo es Irán, cuya Guardia Revolucionaria entrenó y armó a los guerrilleros que se enfrentaron a Israel durante la ocupación de los ochenta. En 2006, Hizbulá sostuvo una guerra con Israel que dejó devastado el sur del país, pero cuya victoria pudo atribuirse su líder, Hasan Nasrala.

El apoyo de Damasco y Teherán fue clave. Ahora, el régimen de Asad depende cada vez más de la ayuda del grupo libanés para suprimir la rebelión. Desde el inicio de las protestas, Nasrala se pronunció a favor del régimen de Asad. Pero la milicia chií no reconoció haber tenido ningún papel militar en el país. En agosto de 2012, el Departamento del Tesoro de EEUU puso a Hizbulá en su lista negra por “entrenar, asesorar y ayudar con apoyo logístico al Gobierno de Siria” (Levitt, 2013). Para EEUU, Hizbulá está ahora devolviendo a Damasco sus favores y hay una gran presión para que Europa le designe como grupo terrorista.

En octubre de 2012, la Casa Blanca informó al Consejo de Seguridad de la ONU de que “los milicianos de Nasrala son parte de la maquinaria asesina de Asad”. Un informe de Naciones Unidas confirmó este extremo dos meses después: los hombres del Partido de Dios estaban en Siria del lado del régimen. Hizbulá estableció en noviembre campos de entrenamiento y, junto con los Guardias Revolucionarios iraníes, se estima que ha entrenado a unos 60.000 efectivos para proteger las comunidades alauíes en la costa del noroeste sirio (Nisman y Brode, 2013). Los soldados de Hizbulá están desplegados también en la frontera siriolibanesa, con el fin de proteger a las comunidades chiíes de los ataques de los rebeldes más sectarios. Allí se han registrado enfrentamientos entre ambas fuerzas en los últimos meses.

Si bien al principio, Hizbulá se constreñía a paliar en sus fronteras los ataques rebeldes, en los últimos meses, ha expandido sus acciones a Siria y ha enviado a la ‘joya de la corona’, sus unidades de fuerzas especiales. La rama militar de la organización chií cuenta con entre 2.000 y 4.000 soldados profesionales y miles de reservistas. Varios informes aseguran que esas fuerzas especiales combaten en el país vecino (Nisman y Brode, 2013), en concreto, cuatro unidades que suman unos 1.300 hombres se han desplegado en las ciudades más importantes.
Sin embargo, Hizbulá también podría pagar un precio por su apoyo incondicional a Asad, convertido en un paria insalvable para los países árabes. Para una organización que históricamente ha querido identificarse a sí misma con los desposeídos, respaldar a un régimen que brutaliza a su propia población arriesga esa imagen de resistencia contra la injusticia. Es evidente que la imagen no es la prioridad y sí que lo es intentar prevenir la caída de Asad. Si esta se produjera, Hizbulá tiene mucho que perder. Un gobierno de mayoría suní en Siria no será muy amistoso con la milicia chií. Más allá, su implicación en la guerra siria puede tener costes para el grupo y su presencia como partido político y organización social en el Líbano.

Pero también arriesga mucho apoyando a Asad. Para empezar, Hizbulá viola el compromiso de las fuerzas políticas del Líbano de mantenerse neutrales frente al conflicto sirio. Para un país como el Líbano, siembre bajo la sombra expansiva de la Gran Siria, esta neutralidad significa preservar el precario equilibrio sectario y evitar una deriva hacia un conflicto similar a la guerra civil que devastó el país entre 1975 y 1991.

El impacto de la guerra siria en el Líbano se traduce también en el flujo de refugiados y en consecuencias económicas. Pero el riesgo más alto es que el conflicto se traslade físicamente a las ciudades libanesas (Meneses, 2012) y una de las llamadas de atención más claras de que Asad puede llevar la guerra al coracón del Líbano fue el atentado, el 19 de octubre de 2012, que mató a Wissam Hassan, jefe del espionaje libanés y enemigo declarado del clan Asad. El Líbano –que hasta 2005 estuvo dominado por las políticas dictadas por Damasco, capital que mantuvo incluso una ocupación militar hasta su precipitada retirada tras la 
Revolución de los Cedros
surgida como consecuencia del asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri (del que se acusó al régimen de Asad)– siempre está al borde de que sus equilibrios sectarios se vean trastocados como consecuencia de la guerra en Siria. Desde que estalló la revolución, el conflicto entre prosirios y antisirios en el Líbano ha cobrado nuevos bríos. En la memoria, la guerra civil que sumergió al Líbano en una espiral de violencia cuyos peligros nunca se han disipado por completo.

Con más de 250.000 refugiados sirios en su territorio, el Líbano –cuya población no llega a los cinco millones– es junto con Jordania el país que más exiliados acoge. A diferencia de los otros países, el Líbano no ha construido campos de refugiados para los sirios. Éstos intentan, pues, buscar casas en las que vivir (más del 60% de los refugiados paga un alquiler) y hay un gran número de ellos que se ha  instalado en edificios abandonados o en construcción e incluso muchos se han mudado a alguno de los 12 campos de refugiados palestinos que hay en el país, ya que es ilegal levantar tiendas. La mayoría de los sirios se han establecido en la Bekaa, en Trípoli y en Sidón, donde el mercado inmobiliario ha experimentado una subida de precios de hasta el 44%. Con más de 400.000 refugiados palestinos en el país, el Gobierno libanés es muy sensible a la prospectiva de que los refugiados sirios se conviertan en expatriados a largo plazo.

Todo esto hace que sus condiciones de vida sean muy precarias y que carezcan de ayuda básica. El 50% de los refugiados no recibe tratamiento médico básico y el 63% de los refugiados sin registrar no tiene acceso a ninguna asistencia (MSF, 2013). El Gobierno libanés ha pedido a la comunidad internacional unos 140 millones de euros al año para asistir a los refugiados.

Además del dinero que Beirut requiere para gastarlo en ayuda humanitaria, la caída del turismo como consecuencia de tener una guerra a sus puertas ha dañado la economía nacional. Las cifras de visitantes son las peores desde 2008. El turismo de otros países árabes –que representa el 40% del consumo en el país de los cedros– prácticamente ha desaparecido. También las exportaciones se han resentido y el tráfico de productos de importación que antes llegaban de Siria tiene ahora que depender exclusivamente del caro tránsito marítimo".

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