Sobre el alzamiento de los árabes

Viento Sur recoge, en su último número, una entrevista que Gilbert Achcar, profesor en la School of Oriental and African Studies (SOAS) de Londres, concedió a Le Monde con motivo de la publicación de su libro Le peuple veut. Une exploration radicale du soulèvement árabe. Por su interés recogemos algunos de sus extractos.
 
-¿Cómo calificar lo que ocurre en el mundo árabe desde 2011?
-He elegido la palabra “levantamiento” como título para mi libro. Pero, desde la introducción hablo de un proceso revolucionario a largo plazo. Lo que estaba claro desde el principio es que estábamos muy al inicio de una explosión, de la que lo único que se puede prever con certeza es que será larga.
 
-Emmanuel Todd ha dado una explicación demográfica del fenómeno. Vd. se inclina más bien por una explicación marxista.
-La fase durante la cual el mundo árabe se distinguía por una demografía galopante acabó hace ya una veintena de años. He comenzado con el análisis de la situación en vísperas de la explosión, en 2010. Se constata un bloqueo del desarrollo que contrasta con el resto del mundo; incluso del África subsahariana. La expresión más espectacular de ese bloqueo es una tasa de paro récord, particularmente entre los jóvenes. Además, hay una modalidad específica del capitalismo en la región: a distinto nivel, todos los Estados son rentistas. La otra característica es un patrimonialismo en el que el clan dominante se adueña del Estado hasta el punto de transmitirlo de forma hereditaria.
 
-Las revoluciones árabes se han traducido en liberalizaciones políticas, pero no en grandes cambios sociales. ¿Por qué?
-En Egipto y en Túnez, solo ha sido quebrada la punta del iceberg; es decir, los déspotas y su entorno inmediato. Por otra parte, en esos dos países, el “Estado profundo”, la administración, los aparatos de seguridad, no se han movido. Por el momento, solo en la revolución libia se dio un cambio radical: hoy, ya no hay Estado, ya no hay ejército. En ese país, el descalabro social fue más profundo, porque el reducido espacio privado que existía estaba acaparado por la familia Gadafi.
 
-En Occidente nos ha extrañado que los islamistas triunfaran en las elecciones cuando no habían lanzado esas revoluciones…
-Las expectativas de Occidente, ese romanticismo en torno a la “primavera” y el “jazmín”, todo ese vocabulario orientalista, se basaban en un desconocimiento de la situación. Era evidente que los integristas iban a sacar las castañas del fuego porque, desde finales de los años 1970, se impusieron como una fuerza hegemónica en la protesta popular. Llenaron el vacío dejado por el fracaso del nacionalismo árabe. Por otra parte, la principal razón por la que los gobiernos occidentales apoyaban a los despotismos árabes era el temor a los integristas. Creer que esa situación iba a ser barrida por los acontecimientos, era tomar los deseos por realidades. Con el apoyo financiero del Golfo y el apoyo televisivo de Al Jazira, no se podía esperar otra cosa que victorias electorales integristas. Lo que es llamativo es que esas victorias no hayan sido aplastantes. En Egipto, desde las legislativas al referéndum sobre la Constitución, pasando por las presidenciales, estamos viendo la velocidad a la que se desmorona el voto integrista,. En Túnez, Ennahda logra el 40% en unas elecciones en las que ha participado la mitad de la gente inscrita. Y en Libia, los Hermanos Musulmanes locales han sido derrotados.
 
-¿Le sorprenden las dificultades actuales de los islamistas en el poder?
-En primer lugar, hay que decir que la vuelta a los despotismos no es algo factible. Hay que pasar por la experiencia del islamismo en el poder. Las corrientes integristas se han construido como fuerzas de oposición con un eslogan simplista: el islam es la solución. Es algo completamente hueco, pero funcionaba en un contexto de miseria y de injusticia en el que se podía vender esa ilusión. Los islamistas son traficantes de opio del pueblo. Desde el momento en que están en el poder, eso ya no es posible. Son incapaces de resolver los problemas de la gente. Han llegado a los puestos de mando en condiciones que nadie envidia y no tienen ningún programa económico.
 
-¿Se puede trasladar el modelo turco al mundo árabe?
-No, en Turquía no son los Hermanos Musulmanes quienes dirigen el país sino una escisión modernista que se ha reconciliado con el principio del laicismo. El AKP turco es la versión islámica de la democracia cristiana europea. Los Hermanos Musulmanes, no son eso. Son una organización integrista que milita por la Sharia y para quien la palabra laicismo es una injuria. En el terreno económico tampoco tienen nada que ver: el AKP encarna un capitalismo de pequeños industriales, mientras que los Hermanos Musulmanes participan de una economía rentista, fundada en la ganancia a corto plazo [...].

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