El mito del invierno islamista

Adarve, el Observatorio de la Sociedad Civil Euro-Mediterránea, puesto en marcha por Encuentro Civil Euromediterráneo publica, en su último boletín, este artículo de Olivier Roy sobre la gestión de los gobiernos islamistas en Túnez y Egipto titulado "Egipto y Túnez no van camino del caos, están descubriendo su camino a la democracia: El mito del invierno islamista".
 
En Túnez, al igual que en Egipto, los islamistas que asumieron el poder a través de las urnas están perdiendo popularidad y se ven tentados a conservarlo adoptando medidas autoritarias. Pero tienen que lidiar con el legado de la primavera árabe y afrontar una nueva cultura política; ahora quienes no respaldan al gobierno toman las calles, no se acata al poder establecido ni se teme al ejército ni a la policía.:

Los islamistas se ven forzados a buscar aliados, ya que no controlan el ejército ni la esfera religiosa. Y aunque consiguieran encontrarlos entre los salafistas (conservadores religiosos) y el ejército, ninguno de los dos les permitiría gobernar en solitario. Los islamistas tienen que negociar. Nos encontramos con la clásica lógica de poder: al grupo dominante le resulta difícil aceptar que el poder cambie de manos, por lo que intenta preservar su posición por cualquier método que sea necesario. Por si fuera poco, no existe ninguna dinámica revolucionaria entre el populacho que le permita mantener el poder apelando al sentimiento en las calles.

Es interesante considerar la imprecisa naturaleza de este giro autoritario porque apenas guarda semejanza con la "revolución islámica" que solemos asociar con los Hermanos Musulmanes en Egipto, ni con el Partido del Renacimiento, al-Nahda, en Túnez. Se trata, por el contrario, de una "contrarrevolución" conservadora y curiosamente pro-occidental. Fijémonos en Egipto. Si en la Plaza Tahrir acusan a Mohamed Morsi de ser el nuevo Mubarak (que no Jomeini), es porque sus oponentes se han dado cuenta de que su intención era establecer un régimen autoritario utilizando medidas clásicas (solicitando la intervención del ejército y controlando el aparato del Estado).
                                  
La base electoral y social del régimen egipcio no es revolucionaria. En lugar de intentar alcanzar un compromiso con los principales protagonistas de la Primavera Árabe, Morsi está intentando poner de su parte a todos los simpatizantes del nuevo orden. Está construyendo una coalición basada en la empresa, el ejército, los salafistas y aquellos elementos del "pueblo" supuestamente hartos de anarquía.
El modelo económico de Morsi es neoliberal: está rodeado de "Chicago boys" que tienen una fe absoluta en el libre mercado. Él es partidario de la desregulación, del fin de las prestaciones y de una apertura al mercado global. Su gobierno acaba de firmar un acuerdo con el FMI que incluye un préstamo con intereses que ha justificado por mor de la necesidad. Morsi ha secundado la propuesta del FMI no por haber sido forzado a ello sino porque comparte plenamente sus puntos de vista. Se ha abierto la puerta para nuevas privatizaciones y mayor competencia. Y como las consecuencias de este proceso serán graves para gran parte de la población, el gobierno necesitará desarticular los sindicatos y poseer un aparato de represión plenamente operativo. Deberá asimismo ganarse la conformidad del ejército, a cambio de inmunidad y del derecho a regular sus propios asuntos, especialmente en la esfera económica.

Mientras tanto, para obtener el apoyo de los salafistas bastaría con llevar a cabo una islamización cosmética de la sociedad, al estilo saudí más que al iraní: obligatoriedad del uso del velo, continuidad de la discriminación contra los cristianos coptos, exigencia de respetar en público las normas religiosas y una restricción de las prácticas religiosas no-ortodoxas (específicamente las ceremonias sufíes que celebran los adeptos al misticismo islámico) [...].

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