Dos años de revolución

Hoy se celebra el segundo aniversario del inicio de la revolución tunecina y, con ella, de la Primavera Árabe. Todo ha cambiado, pero nada ha cambiado. El mundo árabe ya no volverá a ser el mismo, pero sigue siendo el mismo, porque los cambios que se han registrado son más formales que estructurales y las reformas avanzan a paso de tortuga.

Un hecho que evidencia el creciente malestar de la población es el apedreamiento del presidente tunecino Moncef Marzuki en la localidad de Sidi Bouziz, donde arrancó la revuelta tras la inmolación de un vendedor ambulante. Es cierto que el dictador ya no está y que se han celebrado elecciones legislativas, pero poco ha cambiado en la vida cotidiana de los tunecinos. Como señala oportunamente Sami Nair en El País, "lo que parece obvio es que los islamistas no tienen respuesta a los desafíos de las sociedades árabes, pues el problema clave no tiene nada que ver con la religión. Es moral y económico: los sublevados, por doquier, luchaban contra la corrupción, la humillación, la arbitrariedad, la violación de los derechos de las personas, la miseria, el desempleo... Interpretar esta situación con parámetros religiosos es una estafa".
 
En Egipto, el segundo país que se sumó a la Primavera Árabe, la situación se complica día tras día. El abismo que separa a los islamistas del resto de la población no deja de ensancharse. La primera vuelta del referéndum constitucional ha evidenciado la división de la calle egipcia y, también, el creciente malestar con la gestión de los Hermanos Musulmanes, que interpretaron su victoria en las elecciones legislativas y presidenciales como un que en blanco. La nueva Constitución, que no se ha consensuado con el resto de las formaciones de la escena política egipcia, traiciona el espíritu de la revolución, tanto por el contenido (que vulnera numerosos derechos fundamentales) como por la forma (ya que enlaza con el 'ordeno y mando' de la época mubarakista).

Para sorpresa de los sectores islamistas, los primeros resultados del referéndum han sido mucho más ajustado de lo que cabía esperar. Según Al-Ahram, el sí habría obtenido un 56,5% de los votos frente al 43,5% del no. O, lo que es lo mismo: 4.595.311 frente a 3.536.838. En El Cairo, un 56,9% de los votantes habría rechazado en nuevo texto constitucional, frente a un 43,1% que lo habría apoyado, lo que únicamente puede interpretarse como un varapalo para el presidente Mohamed Morsi, que ha tensado tanto la cuerda que en cualquier momento podría romperse.

Lo más relavante, en mi opinión, es el voto anti-Mursi de estas elecciones y la capacidad de la oposición para movilizar a los sectores contrarios a los islamistas. El Frente de Salvación Nacional, que agrupa a los principales miembros de la oposición, ha utilizado este referéndum como un ensayo de cara a las elecciones legislativas que tendrán lugar en la segunda quincena de febrero de 2013 (tal y como señalé el saábado a RTVE.es). En el caso de que logren vencer sus diferencias y plantear una plataforma conjunta de cara a esa cita electoral, la sorpresa podría ser mayúscula ya que estarían capacitados para cuestionar la hegemonía islamista.

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