¿Será democrático el estado civil?

Michel Kilo, uno de los principales disidentes sirios, firma este artículo titulado "¿Será democrático el estado civil?" en el diario al-Sharq al-Awsat. La traducción es de Naomí Ramírez y ha sido publicado por Rebelión.

"Las experiencias tunecina y egipcia dan a entender, mientras que la aún en pleno desarrollo experiencia siria lo apunta, que la cuestión del estado civil no está aún zanjada, y que laicos e islamistas difieren en lo referente a los conceptos con él relacionados. Esta divergencia puede amenazar en un futuro no muy lejano la existencia, que hoy todavía parece garantizada, de denominadores comunes entre ambas concepciones del estado civil. Sin embargo, es probable que, si no se da un profundo cambio político y de pensamiento que alcance en los próximos días a las partes implicadas en su aplicación, especialmente los islamistas, tales denominadores desaparecerán.

Los islamistas prometen un estado civil, pero cuya legislación ha de ser la sharía. Por su parte, los laicos, de distinta manera según la corriente a la que pertenecen, prometen también un estado civil cuya referencia sea el ser humano, como ser libre cuya libertad decide sus pasos. Ambas partes están de acuerdo en la denominación “estado civil democrático”, pero divergen en todo lo demás. En la promesa de los islamistas, la autoridad recae fuera del ser humano, que, precisamente, si lo que se desea es un verdadero estado civil, ha de ser constituir el eje en torno al cual se erige dicha autoridad y su soporte. Esta autoridad, por tanto, no es humana, sino sagrada. En contrapartida, el estado civil prometido por los laicos parte de una referencia mundana que el ser humano materializa: él es el eje del mundo, del pensamiento y del espíritu, cuya libertad, y no algo ni nadie externo a él, determina sus acciones. Con esto, se opone al ser humano presente en el modelo de la autoridad islámica, cuyas acciones vienen determinadas por su fe, que es además lo que lo define. En ese modelo, se trata de un creyente que suspende el resto de sus características humanas, entre las que se encuentran la objetividad y la espiritualidad por el simple hecho de que es un creyente y solo un creyente.
Es en este punto, un punto de extrema importancia del que además se derivan el resto de características del ser humano como ser político y de lo que concierne a la política general, en el que ambas concepciones divergen hasta el punto de caer en el antagonismo. Ambos estados civiles son distintos el uno del otro, como también lo son los proyectos con los que pretenden crear un estado que, en el primer caso, será civil, y en el segundo, será un estado de corte e identidad religiosos, que elimine de facto la idea de la igualdad entre los seres humanos. Esto será así porque el creyente es mejor para Dios y, por tanto, ha de ser mejor entre sus siervos no creyentes, los cuales no son portadores de la palabra de Dios, ni la aplican en su vida diaria ni en sus relaciones. El no creyente es así un ser humano de inferior calidad que el creyente, el ser superior portador del mensaje divino. Es así cómo se percibe, y ello a pesar de que el ser humano, el ciudadano de un estado civil, no se define por su religión, ni por su riqueza, ni por su posición social ni ningún otro calificativo, sino que se define exclusivamente por su libertad individual que le diferencia como ser humano. El hecho de que siendo definido por medio de su libertad no se encuentre el camino cerrado por pertenecer a cualquier religión ni se le prohíba acceder a ningún puesto social a la que esté capacitado para llegar, hace de dicha definición algo perentorio. Si es definido por su religión, una definición basada en la pertenencia a una confesión concreta, a una posición social exclusiva, etc., todo lo anterior se desvanecerá. Esto implica, necesariamente, la distinción entre los seres humanos, y con ello, la eliminación y negación de la idea de igualdad y lo que de ella se deriva en materia de seguridad, así como de las acciones que nacen de la conciencia de ser libres, una conciencia por medio de la cual, el ser humano decide, voluntariamente, su destino.

Definiendo al ser humano por su fe, transformándolo de ser humano en creyente, el estado civil, cuyo eje y soporte es el ser humano, está destinado a convertirse en un estado creyente, o en un estado de los creyentes, cuyo espacio común se organiza atendiendo a las necesidades de los ciudadanos en la práctica de su fe, imprimiendo dicho carácter (religioso) en todos los asuntos de carácter general. Teniendo en cuenta que el creyente no es igual que el no creyente, y que el estado civil es un estado apoyado en los creyentes, este se aleja de lo que las sociedades árabes exigen: el estado de la justicia, la igualdad y la libertad. Al mismo tiempo, es incapaz de erigirse como un estado democrático, aunque cuente con el apoyo de la mayoría de sus ciudadanos, porque el estado democrático no es el estado de los creyentes, sino que es el estado de los ciudadanos libres, conformado por la voluntad de la mayoría y la minoría, voluntad por medio de la cual se define. Esto es así porque la mayoría y la minoría son cambiantes ya que su concepción y sus objetivos no están insertos siempre en los campos de la fe y la metafísica, sino que se trata de cuestiones políticas, económicas, sociales y culturales mundanas, tremendamente mundanas, sobre las que los puntos de vista de los ciudadanos cambian según cambian sus intereses y convicciones.

El estado civil no será, en su concepción islámica, capaz de garantizar la igualdad de los ciudadanos ante la ley, ni será un estado de la ciudadanía ni un estado para todos sus ciudadanos. Por eso, será difícil, por no decir imposible, considerarla un estado civil, porque estará basado en la igualdad exclusiva de los “creyentes” ante la ley, con la consiguiente discriminación en cuanto a derechos y deberes entre “creyentes” y “ciudadanos”, que no son iguales a los anteriores, más aún a sabiendas de que esta legislación no puede ser una legislación positiva, sino que será por necesidad e imposición una legislación islámica. La sharía no es una ley positiva, sino una ley divina cuya fuente no es humana y cuya aplicación no ha de estar necesariamente unida a una decisión humana. En contrapartida, la situación legal del ser humano en un estado civil depende de su voluntad como ciudadano libre, teniendo en cuenta que la ley la ha creado él mismo y está a su servicio. Así, si la considera inapropiada o inadecuada, la puede cambiar por otra ley nueva que la sustituya. Esta realidad nos sitúa frente a una diferencia esencial y básica entre ambos modelos de estado y es que la base sobre la que se erige el modelo religioso es una base superior: es Dios, su verdadero sostén. Mientras, en el estado civil, la base es el ciudadano, es decir, el ser humano en calidad de ciudadano de un estado de la que él mismo es el soporte y que constituye la expresión política de su presencia en los asuntos y espacios comunes. Esta diferencia entre las bases tiene importantes y peligrosas consecuencias, puesto que, mientras la relación entre el creyente y su señor se basa en la obediencia y el dejarse llevar, la relación entre el ciudadano del estado civil y sus instituciones se erige sobre el derecho a la divergencia y la diferencia, pudiendo llegar incluso a la desobediencia, que en algunos casos está amparada por la ley.

A tenor de lo comentado anteriormente, el estado civil no es ni puede ser de una única naturaleza, a no ser que haya un acuerdo en lo referente a sus conceptos, soportes, naturaleza, estructura y resultados reales. De no ser así, nos veremos inmersos hoy en una mezcla de conceptos que nos depararán la divergencia y el enfrentamiento, convirtiéndose lo que parece unirnos hoy en un terreno de divergencia y una fuente de división. A partir de ahí, se separarán los caminos. De ellos, uno puede llevar a la revolución contra la dictadura al seno de un estado que se llame a sí mismo civil, pero que no será menos dictatorial que el estado que derrocó por medio de la voluntad popular expresada por un pueblo que se levantó contra el modelo erigido para sustituirlo por un modelo civil y democrático libre. Parece poco lógico que dicha voluntad caiga presa de una  alternativa igual de cerrada en sí misma y enemiga del ser humano como ciudadano del estado. Teniendo en cuenta que el gobernante del estado civil de corte religioso no cesará de hablar y actuar en nombre del Altísimo y Divino, que no verá en la oposición a sus decisiones, ideas o acciones más que una rebeldía contra el simbolismo divino que promueve, que no considerará sus decisiones de gobierno o poder un asunto meramente mundano y que se divinizará después de un tiempo como hacen los dictadores, es de esperar que termine supeditando la leyes a su voluntad y deje al pueblo bajo sus zapatos.

Se han mezclado las ideas de estado civil y de estado democrático y se ha extendido la idea de que el primero supone el segundo necesariamente, al que está ligado como resultado siendo ambos los dos términos de una ecuación matemática. Es cierto que el estado democrático y el estado civil se apoyan en un sistema en que el ser humano se define por su libertad, pero ni se complementan ni son indisolubles, especialmente si se considera la definición del ser humano por su libertad una cuestión secundaria en comparación con su definición por medio de la fe. Precisamente por ello, no veremos brotar la democracia del actual proyecto islamista, sino que ha de erigirse sobre una base inexistente en este proyecto, con el que incluso se contrapone como se contraponen el ser humano libre y el creyente. Esta oposición todavía no ha logrado superarla ningún pensamiento religioso, una oposición que juega un papel central en la profunda separación entre desarrollo moderno y nuestro mundo tradicional, a pesar de la complementación de los valores formales y verbales de ambos.
Es necesario que el creyente se reconcilie con el ser humano libre, poniendo al primero en una posición secundaria con respecto al segundo y estableciendo un sistema político apoyado en y sostenido por el ser humano libre. Es necesario que mencionemos en este contexto que el islam considera al ser humano delegado (de Dios) en la tierra una vez completado su mensaje, no al creyente, y que le encomendó la tarea de construirlo y hacer de la corrupción en él un crimen y un acto reproblable. Ello sucedió una vez completado el mensaje del islam, ¿crees que ha sucedió de forma puramente espontánea, o fue algo planeado por la divinidad, sabia y prudente?".

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