Rusia, China y Siria

Leo en la edición española de Foreign Policy este artículo sobre las políticas de Rusia y China en Oriente Medio y, en particular, su actitud ante la crisis siria. El artículo, titulado "El Eje del No", lo firma Dmitri Trenin. Hoy se reúnne el Consejo de Seguridad para discutir el borrador de resolución basado en el plan de la Liga Árabe que contempla la salida de Bashar al-Asad de la presidencia y la formación de un gobierno de unidad.

"Desde luego, Rusia no quiere perder Siria. El destino de El Asad está en la balanza desde el mes de marzo y Moscú ha abierto líneas de comunicación con la oposición siria. Los rusos acogen a los enemigos del dictador en Moscú y lamentan la violencia, al mismo tiempo que le exhortan a que emprenda reformas políticas, pero han bloqueado cualquier condena formal de la actuación del Gobierno sirio en el Consejo de Seguridad. La estrategia de Pekín ha sido básicamente la misma: exigir reformas a Damasco mientras habla con el Gobierno sirio y con la oposición y se niega a respaldar las sanciones contra Siria en Turtle Bay.

Rusia rechaza la intervención militar de Occidente en los asuntos internos de otros países, aunque sea por motivos humanitarios o en nombre de la democracia.  Pero no se trata solo de que Pekín y Moscú estén preocupados por su propia seguridad. Libia ha dejado claro a ambas potencias que Occidente, cuando actúa bajo presiones de los grupos de derechos humanos presentes en sus países (que, por supuesto, no existen en Rusia ni China), puede terminar involucrado en una guerra civil extranjera, pese a que sus dirigentes deberían haber sido capaces de evitarlo.

Sin embargo, Libia siempre ha sido un país periférico desde el punto de vista estratégico. Siria, no. Ni los chinos ni los rusos –que poseen mejores servicios de inteligencia— tienen la menor idea de qué ocurrirá cuando caiga el régimen de El Asad. Una guerra civil declarada en Siria dejaría chico lo sucedido en Libia. Un conflicto de ese tipo, alegan rusos y chinos, sería mucho más propicio a las luchas sectarias y el radicalismo religioso que a la democracia y el imperio de la ley.
Además, la situación de Siria, en pleno centro de la región, significa que un conflicto interno podría afectar a sus vecinos –sobre todo, Líbano e Israel— e involucrar a actores regionales como Hezbolá y Hamás. Los rusos, preocupados por el extremismo islamista en el norte del Cáucaso y Asia central, y los chinos, que importan la mayor parte de su petróleo de Oriente Medio, no pueden ver con buenos ojos el derrumbe sirio.

En principio, las presiones al tiempo que se facilita un diálogo interno deberían ayudar a evitar la deriva más inquietante. Ahora bien, en la práctica, Moscú y Pekín deben de haber llegado a la conclusión de que Occidente ha descartado ya a El Asad y está preparándose para el cambio de régimen. Desde esta perspectiva, las sanciones no son más que un paso en una escalada que debería continuar con medidas más enérgicas, como acaba de verse en Libia.

La estrategia de China y Rusia respecto a Siria es distinta de las de Estados Unidos y Europa por dos razones fundamentales. En primer lugar, Moscú y Pekín no creen que participar activamente en los conflictos civiles de otras naciones sea prudente ni útil. Segundo, no tienen ninguna urgencia por eliminar el régimen de El Asad como parte de una estrategia antiiraní. De todas formas, los chinos y los rusos no ven que exista mucha estrategia; creen que, sorprendidos a primeros de año por las revueltas árabes, Estados Unidos y sus aliados se están dejando llevar ahora más por la política inmediata que por un cálculo estratégico a largo plazo.

Quizá todas estas preocupaciones, o al menos algunas de ellas, sean válidas. Pero Moscú y Pekín tienen que reconocer que ejercer la crítica no es lo mismo que ejercer el liderazgo, cosa que Rusia anhela hacer y que China no va a poder eludir eternamente. El liderazgo internacional moderno exige presentar alternativas realistas, tender la mano a los demás y construir consensos. No basta con decir que no".

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