El martirio de Tel Kallah

Hace unos días Mónica Prieto, corresponsal del diario El Mundo en Oriente Medio, escribía en su blog esta crónica titulada El martirio de Tall Kallah sobre la persecución de los sirios que tratan de refugiarse en Líbano para huir de la represión del régimen asadista.

"El hombre necesitó beber dos vasos completos de agua antes de poder comenzar a hablar. Temblaba y se mesaba las mejillas mientras recorría con la vista la sencilla estancia, el recibidor de la casa del sheikh de Bouqaya, donde se encontraba. Muros pelados, cojines en el suelo, una enorme alfombra y un sencillo masbah colgado de una pared. Sus ojos miraban pero no veían. Apenas había llegado media hora antes tras nueve horas de marcha, reptando entre carros de combate, escondiendo su corpulencia tras los árboles, ocultándose de los checkpoints de aldeanos y shabiha a la caza de civiles. Nueve horas de huída con un cóctel de imágenes en la cabeza: su mujer y sus cinco hijos pidiéndole comida, dos mezquitas reducidas a escombros por la artillería pesada, cadáveres en las calles. Y sobre todas ellas, el cuerpo de una mujer sin vida agarrada a un niño de pecho, igualmente muerto.

“No sé cuánto tiempo llevaba ahí muerta, pero su bebé era tan pequeño…”, se lamenta mirando al suelo. Ordenar el relato de las horas más largas de su vida le lleva su tiempo. “Desde que llegaron los tanques y los shabiha a Tall Kallah la situación no era fácil, pero al menos podía salir de vez en cuando a buscar comida. Aprendí rápido a esquivar a los francotiradores. Pero hace tres días comenzaron a bombardear con los carros de combate”, se obliga a rememorar. “Parecía que el objetivo era provocar el mayor número de bajas posible. Así que empezaron por atacar las mezquitas y la iglesia, donde se había refugiado la gente pensando que allí estarían a salvo”.
Su fe no les salvó a juzgar por el relato de nuestro prófugo sirio, que el martes dedicaba sus primeros minutos de relativa libertad para explicar a Periodismo Humano su odisea y la de su ciudad natal, Tall Kallah, a apenas cinco kilómetros de el Líbano. La última ciudad mártir de una larga lista de localidades sirias víctimas del desesperado intento del dictador de permanecer en el poder. Cercada desde hace 15 días, militarmente ocupada desde hace seis, bombardeada desde hace tres: toda una población rehén de los delirios del régimen. No hay electricidad, agua ni comunicaciones. Apenas se encuentra comida, y la única panadería que seguía horneando ha sido atacada según la decena de vecinos consultados, una muestra de los 5.000 sirios que se estima han encontrado refugio en la región libanesa de Wadi Khaled en los últimos días huyendo de su propio Ejército. Pero es difícil encontrar una historia tan peculiar como la del hombre que inicia este relato, quien acaba de cambiar sus ropas embarradas por el chandal limpio y oscuro que le ha cedido el sheikh Alobied, erigido en improvisado portavoz de Bouqaya y primer anfitrión de todo sirio que atraviesa la precaria frontera.

“Desde que los tanques comenzaron a disparar mi mujer y yo nos encerramos en nuestra casa, en el barrio de Hai al Burj, con nuestros cinco hijos. Las mezquitas de Al Omar y Al Azman están muy cerca. Durante dos días no me atreví a salir, pero mi hijo pequeño lloraba de hambre. Así que el lunes me aventuré a la calle sobre las tres de la mañana, con la intención de pedir comida a los vecinos. Caminé mucho sin éxito: cuando intenté volver, estaban bombardeando nuestro barrio. No había manera de volver a entrar. Y decidí huir”.

Es probable que nuestro hombre se considerase un estorbo para su familia. En el caso de que los shabiha llamen a su puerta es muy probable que sea detenido y que desaparezca sin más. Por el motivo que fuera, emprendió una huida que se le ha quedado grabada de forma indeleble. “Allá por donde mirase había cuerpos tirados, algunos en estado de descomposición. Era gente que había tratado de escapar y había sido abatida por la artillería o por los francotiradores. Esa pobre mujer con su hijo… No vi menos de 50 cadáveres. No tuve valor de acercarme por si les reconocía”, asegura.

Se deslizó entre las calles hasta llegar a la periferia de la ciudad. Afirma que allí los tanques mantenían una separación de 20 metros. Se tiró al suelo y reptó entre dos de ellos rezando porque nadie se apercibiese de su presencia. Y lo logró. Se fundió con la montaña y anduvo sin mirar atrás. Varias veces se tuvo que perder y varias volvió a reencontrar el camino para haber empleado nueve horas en atravesar la frontera. Pero ayer, cuando desplomaba su cuerpo en el recibidor del sheikh, daba la impresión de no creer en su mera supervivencia.

El martirio de Tall Kallah está siendo tan cruento como el de sus predecesoras. “No creíamos lo que decían que pasaba en Banias, en Daraa o en Homs hasta que no nos tocó el turno a nosotros“, admitía Hamza, un joven de unos 28 años, unas casas más allá. El relato de los refugiados de Tall Kallah coincide en lo básico. Un centenar de carros de combate rodea la ciudad, de unos 70.000 habitantes, desde hace dos semanas pero sólo el pasado domingo comenzaron a descargar sus salvas de artillería contra la ciudad. Los shabiha -las milicias progubernamentales, compuestas por delicuentes a sueldo del régimen- que al principio estaban a las afueras tomaron hace seis días el control. “Ahora son omnipresentes“, ruge otro vecino, que llegó al Líbano tras un largo camino a pie el lunes por la noche. “Van casa por casa. A los hombres les detienen, violan a las mujeres y roban todo lo que encuentran de valor”, continúa. No hay forma de comprobar tales acusaciones, pero un abogado de Derechos Humanos confirmaba ayer a Al Jazeera que se han recuperado 27 cadáveres".

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