El dilema del régimen sirio

La situación en Siria sigue deteriorándose. El régimen parece haber decidido luchar hasta el final y seguir el modelo de Gadafi, consciente de la división de la comunidad internacional y de las escasas posibilidades de que la revuelta tenga éxito por sí sola. El profesor Ignacio Gutiérrez de Terán publica este artículo "El irresoluble dilema del régimen sirio" en la web de Rebelión.

"El régimen de Damasco se está quedando sin tiempo: la lucha desenfrenada para convencer a buena parte de la población de que está dispuesta a cambiar su estrategia tradicional basada en la represión y el control absolutos se está resintiendo de la necedad de la opción militar a ultranza, la chabacana estrategia informativa y la contumacia de pensar que los sirios son imbéciles. Aun hoy, dos meses y pico después del inicio de las primeras protestas, el gobierno y la prensa de Damasco, con sus aliados regionales libaneses e iraníes repitiendo la señal, insisten en imputar la autoría de los "desórdenes" a una constelación de individuos, colectivos y oscuros intereses –la inevitable conspiración, vaya- que no tienen ningún interés en que se verifiquen las reformas propuestas por el presidente Bashar al-Asad. Todo para obviar y soslayar que, con independencia de que pudiera haber intereses extraños tratando de sacar tajada de las protestas, cosa que no negamos, una parte considerable de la población exige hoy lo que han callado durante décadas: dignidad, respeto y libertad. Pero, como no podía ser de otra manera conociendo la corrupción moral e institucional de este régimen mentiroso, criminal y cínico, la familia de los Asad ha elegido la amalgama de confusión, tremendismo y mano dura que vimos ya plenamente desarrollada en las otras grandes revueltas árabes, las que consiguieron deponer a sus déspotas como la tunecina y la egipcia –otro cantar será cuándo lograrán depurar sus regímenes-.

Hay un elemento de gran importancia, ausente por desgracia en los cálculos de numerosos sectores regionales e internacionales propensos a evaluar la crisis siria desde presupuestos geoestratégicos e imperativos ideológicos teóricos: la percepción particular de una porción considerable de ciudadanos sirios. A éstos, al igual que a los egipcios, los tunecinos, los libios, los saudíes, los jordanos, los omaníes y así con todos los árabes, les importa mucho la relación de estrategias de sus países con el entorno regional y sobre todo su encaje en el contexto de la perspectiva internacional de Estados Unidos, la única gran potencia en la actualidad. Y a los sirios, por supuesto, les interesa mucho cómo y cuánto haya de influir la naturaleza de sus sistema político en el ámbito de la lucha contra el proyecto predador del régimen de Tel Aviv. Pero ahora y por encima de todo cuenta derribar o al menos reformar de forma sustantiva un poder absolutista y venal basado en la humillación diaria del individuo, la arbitrariedad y el control absoulto de cuanto se dice, hace o piensa. Y, desde luego, hablar con ligereza de conspiraciones y manipulaciones desde el exterior sin dignarse en destacar la impronta retrógrada y convicta de este régimen –el origen primero del problema- supone un nuevo insulto para el pueblo de Siria.

Pero ni los dirigentes de Damasco ni sus voceros mediáticos atienden a razones: saben que el futuro de una concepción clánica del poder está en juego. Lo que empezó, a principios de marzo, como un goteo intermitente de concentraciones aquí y marchas furtivas allí, ha terminado derivando en un estado de convulsión permanente en numerosos pueblos y ciudades del país, desde la por desgracia, hoy, celebérrima Deraa en el sur hasta al-Qamishle en el norte. Sólo la intrascendencia de los movimientos de protesta en las dos urbes principales, Damasco y Alepo, ha impedido la eclosión de una auténtica revuelta nacional. Falta saber por cuánto tiempo: la ciudad universitaria de Alepo ha registrado ya varias marchas estudiantiles y en la capital hemos visto algaradas en algunos barrios céntricos o de gran relevancia por su composición confesional y étnica como Rukn al-Din, con un porcentaje alto de residentes de origen kurdo. No son significativas, aún, pero en comparación con lo que había hace dos meses, o uno, comienzan a ser preocupantes para los servicios de seguridad sirios, los cuales, desde el principio hasta el final, son quienes rigen los destinos del país. Sin duda, la propaganda infantil de los medios de comunicación oficiales, los únicos acreditados para informar desde el interior debido al apagón mediático impuesto por Damasco, ha contribuido a encender los ánimos de los manifestantes [...].

Este optimismo oficial, reforzado por las famosas declaraciones de Bashar al-Asad al Wall Street Journal (31-01-2011), se resumía en el siguiente axioma: cierto, tenemos un "déficit" de libertades individuales y colectivas, pero a diferencia de otros regímenes árabes no democráticos nuestra política exterior es consecuente con los sentimientos de una población opuesta a la agresiva política exterior de EE.UU. y el expansionismo sionista [...]. 
Aun hoy, a finales de mayo, se sigue diciendo a los sirios que todo es obra de milicias armadas; y que si hay manifestaciones, acaso, se trata de concentraciones muy reducidas. Hay tal desfase entre lo que se cuenta en estos medios patrióticos y lo que exponen las cadenas llamadas panárabes, nutridas de las imágenes colgadas por manifestantes en internet, que las acusaciones de manipulación y propaganda entre unas y otras se han convertido en norma. No hay duda de la tendencia manipuladora y populista de las grandes cadenas árabes. Pero el hecho de que según pasan los días el número de personas y localidades que se suman a la revuelta vaya en aumento muestra la indignación popular ante la brutalidad del régimen y las mentiras de su prensa. Las noticias vuelan como se dice, la gente transmite los datos y las evidencias y, como todos conocen el carácter violento de sus servicios de seguridad, no hay mucho de qué dudar [...]. 
El sistema político sirio, forjado en torno a la extensa familia de los Asad, la cúpula empresarial y mercantil de Damasco y Alepo y los militares y responsables de la inteligencia se basa en el miedo y la fuerza. A pesar de su pretendida armadura laica, el régimen ha jugado también la baza de la legitimidad religiosa apoyando a las jerarquías de ulemas y doctores musulmanes sunníes y fomentando, de rechazo, la aparición de tendencias salafistas que son, según la retórica oficial, quienes están dirigiendo los sabotajes. Ya en tiempos del fundador de la dinastía, Hafez al-Asad, hubo que poner coto a los afanes laicistas de su hermano, Rifaat al-Asad, hoy reconvertido con su parte del clan en opositor patético y absurdo, empeñado en quitar el velo a las mujeres que transitaban por Damasco. Más recientemente, la zanahoria a los alfaquíes oficiales, estamento pseudoeclesiástico por lo común consignado a defender y legitimar a los gobiernos dictatoriales desde el Egipto de Mubarak a la Arabia de los Saúd, se ha traducido en la anulación de la prohibición que impedía a las profesoras veladas impartir clase en las escuelas [...]".

Israel contempla con pavor el desarrollo de los acontecimientos en Siria: bastante tiene ya con la caída de Mubarak, la reconciliación entre Hamás y Fatah y las corrientes reformistas en Jordania. Los Asad han sido durante décadas un enemigo más folclórico y radiofónico que otra cosa, fácilmente domeñable cuando así lo ha requerido la ocasión".

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